En el Nilo Cleopatra desplegó sus velas ocres perfumadas.
A lo lejos vio su profunda pena volando detrás del atardecer.
El viento del norte la empujó de nuevo hacia su pecho de cuarzo transparente,
sintiendo un escalofrío de un matiz sonrosado y negro en su ánima.
Aquel papiro grabado a fuego en sus entrañas mostraba su destino.
Sus ojos se alzaron temblorosos en busca de su eterno dios dorado,
implorando el regreso de los abrazos que esculpieron de caricias todo su ser.
Agarrada al mástil de su desconsuelo, descubrió el deseo de su vientre
engarzado al recuerdo agridulce de cada una de las noches acurrucada entre su pelo.
Y encontró entre sus recuerdos el matiz jade de sus ojos
reflejado entre las olas de su inmensa soledad.
reflejado entre las olas de su inmensa soledad.
Lorenzo Valenzuela.Texto declarado en la Sgae.
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